Es la mañana del viernes señalado, ya tras postergar el viaje por más de tres semanas. Con las cosas empacadas partimos rumbo a la carretera central hacia el destino incierto con señas a modo de mapa del tesoro pensando más en poder llegar que en si podremos quizá regresar a donde partimos. El bosque de Zárate nos espera. Un hombre, dos mujeres y tres maletas.
El Bosque de Zárate es un resquicio en la sierra limeña por el que se filtra un verdor de selva alta peruana. A pesar de que ya muchos le restan importancia pues su fauna se reduce con el paso de los años; la belleza de su panorama, la imponencia de sus montañas y la aventura de alcanzarlo son alicientes excepcionales para visitarlo.
Silvia, Delia y yo llegamos hasta Chosica en bus. Junto una alta estatua del ‘Brujo de los Andes’, Andrés Avelino Cáceres, parten pequeños van que nos llevan en un viaje de cuarenta minutos hasta Cocachacra. Como es en la sierra limeña, llegar hasta un pueblo alejado como es Chaute, tiene horarios estrictos de movilidad. Llegamos tarde. El reloj marca las dos, ya no hay carros para llegar.
—Señora, disculpe ¿a que hora sale el siguiente carro para Chaute?— pregunté.
—Mañana a las once— Silvia, Delia y yo nos miramos decepcionados, tendremos que esperar—. O si pasa un camión quizá los puede llevar— nos sonreímos, aprovechamos para almorzar.
Un afortunado encuentro con Rosa, pariente de la familia Godoy Encarnación, que el profesor nos dio como referencia nos permite, cuatro horas después de esperar por movilidad, llegar a Chaute en un camino lleno de curvas y señales de recuerdo para los muertos que allí quedaron. La oscuridad de la noche que está entrada no permite ver la trocha por la que vamos y mucho menos el abismo que nos separa de Cocachacra que se ha vuelto solo una seguidilla de luces a la distancia. Ya en Chaute, una hora de viaje después, encontramos a Jacinto Godoy quien nos brinda de buena gana dos camas y cena.
El viaje regular hacia el Bosque de Zárate se realiza en una caminata de seis horas desde San Bartolomé, un pueblo una hora más allá de Cocachacra en la misma Carretera Central. Según las personas del lugar, son muchas las expediciones hasta el Bosque de Zárate, sobre todo de estudiantes. Para ellos hay, dicen, guías, pero muchos se deciden a ir solos y son, según Jacinto Godoy, quienes gritan pidiendo ayuda desde la montaña de Zárate hasta Chaute que está al frente separada por una sima profunda.
Frente a nosotros, unas montañas marrones con caminos por la mitad nos señalan cómo llegar. Una foto y comenzamos a caminar. Mientras avanzamos animados llegamos hasta la primera quebrada que nos señala un precario mapa que nos hizo Jacinto: señala una cruz, dos parcelas, dos quebradas, un poste que nadie usa y una gigantesca roca. Los montes comienzan a llenarse cada vez de mayor verdor, la tierra del camino se va trocando por pasto y las gigantescas rocas por árboles con formas caprichosas. Hasta aquí nos guiaba la ruta un canal de agua helada que usan los agricultores para bañar sus parcelas. Ahora vamos rumbo a hallar el poste que nadie usa.
Entre un gran grupo de cabras llegamos hasta la segunda quebrada con la gigantesca piedra desde la cual ya estamos muy cerca del destino. Un par de pastores nos señalan el camino y por fin, sobre una piedra a modo de panel: Bosque de Zárate. Decidimos avanzar un poco más, ya son las dos de la tarde y decidimos no avanzar más. Acampamos este sábado en una pequeña planicie junto al camino. El almuerzo: una lata de atún y un paquete grande de galletas para los tres. A pesar de la recomendación de Jacinto, bebimos agua del río. Muy helada, por cierto.
El sol cae y el crepúsculo se codea con las altas montañas del panorama y como en una balanza, la caída del sol impulsa la salida de tal cantidad de estrellas que recrean una enorme metrópoli en el cielo azul que, echados sobre el pasto, abrigados con todo lo que teníamos y una fogata que jamás terminó de prender, vimos deslumbrados. La oscuridad volvió a clarear por la luna, inmensa y blanca. Cenamos lo mismo que almorzamos y tratamos de dormir.
Tras una mala noche de tres en una carpa para dos, decidimos partir hacia la cima para poder rodear las montañas del bosque hasta San Bartolomé. Pero la naturaleza sumada a nuestra poca destreza y el miedo a lo desconocido nos hizo regresar por el camino andado. Volvimos por las mismas marcas de nuestros pasos recordando las paradas de la subida. Las quebradas, el poste, el canal hasta Lucumaní, el camino a Chaute y sobre nuestros pies hacia Cocachacra, ocho horas después, un automóvil de una empresa de comunicaciones nos dio un aventón. A nivel del mar ya, donde sí llegaba la señal telefónica, nuestros celulares comenzaron a llenarse de avisos de llamadas no contestadas y mensajes de preocupación. Todo dentro de Lima.
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